Dentro de esta locura de desvirtualización de Asturias, especialmente de las zonas costeras, asistimos a los últimos días de uno de los pocos elementos con historia de las playas de Luarca: las casetas.
Estas casetas, que permiten a los bañistas cambiarse y guardar en ellas sus utensilios estivales, acompañan a los luarqueses desde, al menos, 1870, como vemos en la fotografía. Estas primeras casetas eran plegables, y se alquilaban por jornada, siendo retiradas en invierno. Con el tiempo, fueron adquiriendo carácter permanente, ocupando los jardines de las tres playas. Como todo lo que se reproduce de forma orgánica y no dirigida, cada caseta presenta una forma y color diferentes, como lo hacen las casas tradicionales, dando variedad y sobre todo autenticidad a la playa. El colorido de sus rayas verticales llama la atención de los turistas.
Se recrea uno, además, al verlas con vida, cuando, cada temporada, varios luarqueses las comvierten en su residencia estival, realizando en ellas las comidas y matando las tardes de calor.
Ahora todo esto se acaba. Una absurda aplicación de la ley de costas mal entendida se utiliza como excusa para retirarlas. Estas pequeñas construcciones de no más de 2 metros de alto y apenas 1,5 de ancho son comparadas con aquel famoso hotel andaluz del Algarrobico, como si de un atentado contra la costa se tratase.
Pero este sinsentido no termina aquí. La indignación estalla al saber (rumores, de momento), que el lugar de estas casetas va a ser ocupado por otras nuevas, que serán alquiladas por temporada, y cuyos beneficios irán a ese ayuntamiento que tanto lucha por el cumplimiento de la ley de costas.
Se destierra a los luarqueses que desde niños han disfrutado de la playa, su playa, para ofrecer a los veraneantes la posibilidad de adquirir el privilegio de tener caseta. Una vez más, todas las intervenciones de la administración se dirigen a contentar a un turista que pasa en Luarca no más de dos meses al año, pero que es el futuro, ya que hace tiempo se decidió que lo que sacaría del bache a la zona occidental sería el turismo, y todos los recursos deben sacrificarse para lograr atraerlo.
El que pasée a partir de ahora por la playa una mañana de Junio con buen tiempo ya no verá a las familias sacando la fabada del camping-gaz instalado en la caseta, para disfrutarla en la mesa plegable con vistas al arenal. Ahora se encontrará con una interminable fila de casetas iguales y cerradas, hasta agosto, cuando llegan en masa sus orgullosos inquilinos.
Lo hemos conseguido una vez más: hemos acabado con la playa. El tiro de gracia se lo dará el paseo marítimo con que cada poco amenaza el Principado. Pero ya poco importará, porque la playa de Luarca como tal la conocemos, llevará muerta mucho tiempo.
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